Cuando el sentido común se
vuelve un bien de lujo, I
¿En qué estarán pensando algunos líderes políticos cuando hacen
pendejadas que no tienen ni un tuquito de sentido común económico? Me refiero a
aquellos que todavía insisten en controlar los precios de los productos
normales de la canasta familiar. El problema principal de los controles de
precios de las cosas de la casa es que solo sirven para aumentar las colas en
los supermercados. Un control de precio “normal”
significa que el precio de venta de un producto se fija a un nivel bajo para
así beneficiar a los consumidores. Este simple acto burocrático viola lo más
básico de una transacción económica: el acuerdo entre el productor y el
consumidor sobre lo que uno ofrece y el otro adquiere. Como resultado pasan tres
cosas, a veces simultáneas: una reducción en la producción, la emergencia de un
mercado ilegal y una reducción en el consumo del producto que ahora resulta
escaso. Los ejemplos abundan: la antigua
Unión Soviética, que colapsó precisamente por este problema (el estado hace de cuenta que me paga y yo
hago de cuenta que trabajo), Cuba, Corea del Norte y, ahora, Venezuela. Me
dicen mis amigos Caraqueños que no hay leche, leche en polvo, pollo, papel higiénico o café. ¿Cómo? ¿En Venezuela?
Yo estoy seguro que ninguno de los sabios—incluyendo a El Paciente de La Habana—que
diseñaron el actual control de precios tiene NPI (ni puta idea) de cuanto
cuesta producir lo que tratan de controlar, ni les hace falta estos productos a
sus mujeres. Esto me da la idea que el mejor salvaguarda del sentido común
económico es hacer que las esposas de estos genios de la economía planificada vayan
a Petare a las 6 de la mañana a hacer cola para ver si consiguen pollo.
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