Camarones dormidos
Daniel Ortega fue
candidato. Ortega fue el juez electoral. Ortega fue su observador electoral. El
colmo... Ortega fue su propia oposición. Si viéndolo bien, lo raro no es que se
haya atribuido el 62 por ciento de los votos, sino que en su humildad no se haya
dado el 100 por ciento de los votos como en el 2002 lo hizo Saddam Hussein.
--Fabián
Medina, La Prensa, 10 de noviembre, 2011.
La reelección de
Daniel Ortega debería de ser un estudio de caso en cualquier departamento de Ciencias
Políticas en cualquier parte del mundo. Pacientemente Daniel aprovechó la cultura política
Nicaragüense, la pobreza y la baja educación formal del electorado para volver
el poder. La cultura política Nica es de por sí un balde lleno de cangrejos y
Daniel fue un maestro en administrarlo a través de una estrategia de largo plazo.
La estrategia se inició con la desestabilización política al comienzo del
Gobierno de Arnoldo Alemán, hace ya 15
años y el comienzo de un trabajo de hormigas. En el afán de asegurar la estabilidad
política Arnoldo se vio obligado a negociar con Daniel para que parara las turbas
Sandinistas en 1996. A cambio de la paz social Daniel recibió una gran porción
de la Corte Suprema y del Consejo Supremo Electoral. Luego el Sandinismo negoció algo insólito: la
elección con un piso de votos del 35%. Arnoldo estaba confiado que el PLC
nunca iba a recibir menos que ese porcentaje de votos y que esa proporción
representaba el techo de aprobación del Sandinismo.
El resto es
historia: Daniel se aprovecha de la decisión de Enrique Bolaños de llevar a la
cárcel a Arnoldo por corrupción y utiliza el control Sandinista de la Corte para
mantener a Arnoldo en jaque por el resto de su vida política. Arnoldo sabe que
está agarrado por las bolas y controla la estructura del PLC para sobrevivir políticamente, haciendo todo
lo posible para neutralizar la emergencia de otros líderes dentro de su partido; Daniel, Arnoldo y Somoza se convierten en la misma cosa. Con esto el PLC queda cojo y ahora le
queda a Daniel la labor de lavarle la cara al Sandinismo.
La llegada de
Hugo Chávez al poder es el golpe de suerte menos anticipado del Sandinismo. Chávez
oxigena a Daniel con plata destinada a la repartición de pequeñas prebendas
entre los pobres, consolidando el voto de las bases. Daniel, por su parte, toma
una decisión magistral: sigue una política macroeconómica ortodoxa (dándole una
lección a su maestro Hugo, quien aún no la ha aprendido y que le va a costar
problemas) y mantiene relaciones distantes pero cordiales con los gringos—no hay
expropiaciones ni injerencias en otros países de Centroamérica. El Gran Capital
Nica se tranquiliza y da un gesto implícito de aprobación: Si queda Daniel no
hay problema con nosotros. Con la oposición dividida, con las instituciones
politizadas, con la tolerancia del sector privado y con la plata de Venezuela Daniel
tiene todas las de ganar.
Todo este
escenario, aunque lógico ahora, fue el fruto de un autoritarismo Danielista y
una paciencia ejemplar para ejecutar una estrategia de muy largo plazo; una
estrategia que solo se puede llevar a cabo bajo el control absoluto del
Sandinismo por un caudillo megalómano que prefiere destruir la ideología de su
grupo con tal de mantener el control y esperar un segundo momento de gloria. Eso
no se da en una democracia—se da solamente destruyendo la democracia y Daniel
ha sido un maestro en hacerlo en forma sistemática.
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