Isabel de Obaldía
Hace 26 años que conozco a Isabel de Obaldía y todavía no cesa mi sorpresa al ver su arte. Isabel
comenzó pintando cuadros grandes pero íntimos, en los que la figura masculina
aparecía en trazos gruesos y en poses introspectivas. Los cuadros eran llenos
de color, especialmente azul y rojo, con mucha vegetación y de un efecto
incómodo en el espectador, pues tenían vida propia. Yo tenía una pintura de
esas en mi casa y la tenía que ver todos los días para ver de qué humor
amanecía. Cuando Noriega estaba en su época
represiva más fina, a mediados de los años ochenta, Isabel comenzó a pintar la
rabia y frustración que sentía Panamá al ver el descaro de la dictadura. En
esas pinturas salieron a lucir los diablitos Panameños en un delirium tremens colectivo en que el
miedo, el susto y la tensión política tenían a la población en un ambiente constante de zozobra . En varias de sus
pinturas de esa época los diablitos acompañaron a Noriega, de pie, arrancándole
la cabeza a gallinas vivas, para demostrar su hombría y—en forma inconsciente—transmitir
los mensajes lejanos de Changó a una tropa feroz que por su juventud confundían
la disciplina militar con la lealtad a un tirano.
Una vez
restablecida la democracia en Panamá Isabel comenzó a trabajar en vidrio. A mí,
que admiraba fervientemente su pintura, me daba pánico que el nuevo medio no
fuera tan efectivo y que no tuviera el mismo impacto emocional que la pintura, pero por suerte
me había equivocado. Las esculturas de vidrio de Isabel tradujeron a un medio
mágico toda la imaginación y asombro que antes reflejaba su pintura. Tiburones
martillo, torsos tatuados, cocodrilos, monos—todo un bestiario contemporáneo
enraizado en la sencillez maravillosa de las formas encontradas en la cerámica
indígena—forman desde entonces, un repertorio visual y táctil que establecen a Isabel como una
artista con un lenguaje muy especial y una originalidad plástica sin
comparación.
El 25 de
septiembre de 2011 el Museo de Arte de Fort Lauderdale (www.moafl.org) inauguró una retrospectiva de
Isabel, en una muestra de sesenta esculturas de vidrio y once pinturas. Para su eterna fanaticada esta muestra es un
reconocimiento tardío a una artista de nivel mundial. Bajo la comisaría de
Mary-Ann Martin (www.mamfa.com), esta
exhibición demuestra que cuando un artista tiene algo qué decir, el efecto
transformativo que tiene sobre el medio que usa para decirlo cambia el medio para siempre. La asociación tradicional del vidrio con la decoración y
con la superficialidad visual se va al trasto. El vidrio, bajo las manos de
Isabel, se convierte en mensajero de amor, rabia, miedo, susto y humor.
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