La novela de Chávez: Última
temporada
No importa que aún
pueda ganar las elecciones sin ayuda del drama tipo narco-corrido montado en la
carretera a Maiquetía; no importa que la mitad de la población ya agradezca que
las cosas básicas que él a hecho por ellas—cosas que a la derecha corrupta e
incompetente nunca se le ocurrieron, sino todavía estarían en el poder—son suficientes
para darle una estrecha victoria. Su complejo de inferioridad mesiánico lo
obliga a pedir alaridos de pena y llanto colectivo muy al estilo de Kim Jong Il
para poder sentirse más macho. Necesita pruebas públicas de amor ferviente para
que en el resto del mundo la gente diga que es la reencarnación misma de
Bolívar.
A Daniel Ortega
no la bastó saber con cierta seguridad que podía ganar las elecciones limpiamente;
todo el mundo lo decía. No; él tenía que ganar con 63% del voto utilizando un
fraude innecesario para sentirse más hombrecito. Rafael Correa no está contento
con abusar del poder judicial para ganar una demanda de difamación; tiene que
castigar al columnista con 42 millones de dólares para sentirse más vergón. Así
son nuestros líderes. La novela nos obliga.
El poder en manos
de megalómanos daría risa sino fuera por el costo tan enorme que tienen que
pagar las naciones. El ego de Chávez siempre me ha recordado al marido abusador
que siempre cumple con sus obligaciones financieras y sociales, que se preocupa—a
su modo—por sus hijos pero que de vez en cuando borra todo la buena voluntad
acumulada con un pescozón cruel e innecesario; el marido que te da un perfume para
pedir perdón por el abuso psicológico que te dio la última vez que sin razón
alguna te dijo que eras una puta para poder sentirse mejor.
Chávez está en Cuba,
con gabinete y todo. No deja a nadie a cargo porque tiene miedo que se le roben
el mandado; no se opera en Venezuela porque tiene miedo que a la media hora las
enfermeras soplen que tiene cáncer en el culo y eso le da vergüenza porque ese
tipo de cáncer no le da a los hombres; no se opera en Venezuela porque tiene
miedo a que lo vean desnudo. Es mejor operarse en Cuba y darle la plata a
Fidel, para quien el sigilo y el secretismo son componentes fundamentales de su
fuente de poder. Son vainas culturales heredadas del totalitarismo Soviético
que tanto Fidel, Hugo y Daniel han absorbido sin saber porqué.
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