Lo mismo pero al revés
Acabo de pasar
unos días en Managua, lleno de curiosidad para ver si el clima anímico de la
población fue afectado por el triunfo electoral disfrazado de fraude
innecesario. Además de hablar con la gente en la calle me la pasé observando—como
quien dice, en el campanario y en la procesión. Lo que vi me dejó perplejo. Me
di cuenta que cuando un país es pobre la energía de la gente de la calle se va
en buscar la supervivencia y—vale decirlo—el sueño nicaragüense; una casita,
paz y tranquilidad y un clima social de esperanza para los hijos. Vi una quieta
resignación a la erosión de la institucionalidad y una falta total de fe en el
sistema político y en la democracia. Una quieta aceptación de que los políticos
son unos hijueputas y que con eso hay que vivir, tratando de aprovechar lo que
hay y esperar que haya más trabajo en el futuro. Entre los muy pobres vi una
racionalización clara del apoyo a Daniel—los subsidios a la comida, los bonos a
los alumnos de secundaria, los programas de vivienda y la atención médica
cubana poco a poco suman. No importa si la ayuda la da Venezuela, Cuba o Irán,
lo que importa es que yo necesito esa ayuda porque tengo tres chavalos y
trabajando de albañil no me da para todo. La esperanza la vi en el
agradecimiento implícito que resulta de tener una elección sin violencia, un crecimiento
bajo pero sostenido y una expectativa de que a lo mejor para mí no, pero para
los chavalos las cosas serán mejor. Como quien dice, con que no nos jodan ya
estamos mejor y si nos ayudan un poquito, pues más mejor. Todo esto me dejó perplejo,
pues es difícil aceptar que ser pobre lo obliga a uno a negociar su ideología,
pues la familia es lo primero. No debería de sorprenderme, pues lo más
elemental de la teoría del bienestar en economía es la maximización de la satisfacción
individual. Se me olvida que la democracia y la institucionalidad son políticas
públicas y que asegurar el bienestar familiar es política privada. Cómo ligar
una con la otra es algo muy difícil a corto plazo pero indispensable a largo
plazo, pero como dijo John Maynard Keynes, a largo plazo ya estamos muertos. Jode reconocerlo.
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