O todos en la cama o todos en el piso
El periodista Adam Davidson,
del New York times, publicó recientemente un artículo muy interesante sobre
Daron Acemoglu, un economista tan brillante como desconocido. Acemoglu es como
un dios para los economistas jóvenes que si no fueran economistas igualmente
brillantes, serían, no sé, poetas cuantitativos o algo así. Acemoglu—nacido y
criado en Turquía y profesor de MIT—escribió uno de los libros de economía más
importantes de las últimas décadas: Porqué
fallan las naciones (Why Nations Fail). Hasta hace poco el consenso de
porqué habían naciones ricas y naciones pobres oscilaba entre varias teorías,
como la de Adam Smith, que apoyaba la libertad de mercado—argumentando que las
naciones que no dejaban funcionar al mercado terminaban en una mediocridad permanente,
tal como pasó en la antigua Unión Soviética—la de Jeffrey Sachs, que argumenta
que la geografía y los recursos naturales marcan el futuro económico de los
países, o la de Francis Fukuyama (quién no es economista), que sustenta que la
confianza es la llave del desarrollo—confianza en el estado, en sus instituciones
y en el cumplimiento de la ley. Acemoglu,
por su parte, ha llegado a una conclusión un poco diferente: la llave del desarrollo está en la
participación del individuo corriente en el progreso del país. Es decir,
los países progresan en la medida que su crecimiento económico y social es
capturado por todos, en contraste con países en donde una oligarquía—sea familiar,
religiosa, étnica o militar—capture los frutos del crecimiento y genere una
alta inequidad.
Esta idea, originalmente sugerida
por Adam Smith pero ignorada por mucho tiempo, ha sido tomada en cuenta en
pedazos. La ortodoxia económica de América Latina, por ejemplo, reconoce que
los derechos de propiedad son la clave para la inversión. Ningún campesino va a
invertir en tierra ajena o en lote sin título. Según Larry Summers, en la
historia de la humanidad nadie ha lavado un carro alquilado. Pero la noción de
que la ganancia atribuible a la mano de obra sea compartida entre el dueño de
la empresa y sus empleados es algo que solamente se encuentra en las sociedades
más avanzadas. Lo que Acemoglu dice es que para que haya crecimiento los ricos
tienen que entender que la idea principal no es capturar la mayor parte la
riqueza producida, sino compartir la riqueza en forma más equitativa para que
la productividad suba y la producción sea mayor en el período siguiente. Noventa
por ciento de cien dólares es mucho menos que treinta por ciento de mil
dólares.
El periodista Davidson
menciona el caso de campesinos Haitianos productores de mango. En Haití los
mangos son producidos sin atención ninguna y sin planes de expansión entre los campesinos que los cosechan. La falta de crecimiento en la produccióon de mangos se explica por el simple hecho que los campesinos no tienen títulos de
propiedad y, por consiguiente, no quieren invertir en algo que a lo mejor un
Coronel o un político se los quita en cuanto vean la riqueza que se produce. No
es cuestión de conocimiento o mercadeo; es cuestión de garantizar al campesino
Haitiano la captura de la ganancia de su productividad.
Un ejemplo intersante de
Davidson es el de Bagdad después de la caída de Saddam Hussein. Antes de la invasión Iraq tenía una
economía totalmente regulada y controlada. Cuando botaron a Saddam el caos
resultante en los mercados incluyó la creación de docenas de compañías de
construcción; docenas de proveedores de Internet, de TV por satélite, de venta
de cualquier cosa. Sin embargo, el nuevo
Gobierno, en colaboración con e3 ejército gringo, decidió traer orden al mercado y asignó contratos exclusivos de construcción y comunicaciones a unas
pocas compañías conectadas políticamente y que ahora capturan las ganancias de estos
dos inmensos sectores. Iraq es ahora uno de los países más corruptos del mundo
y los pequeños empresarios volvieron a estar jodidos.
Las ideas compiladas por Acemoglu
caben como anillo al dedo a países como Venezuela y Nicaragua. En Venezuela la
cosa es esquizofrénica. El Chavismo ha sido bueno en ampliar el acceso a la
salud y en aliviar la pobreza, pero ha sido terrible en hacer partícipe de la
riqueza productiva a los pobres del país. La corrupción Chavista es legendaria,
lo que garantiza que el progreso entre los pobres es alegría de burro. El alivio
a la pobreza es totalmente transitorio, pues no está basado en productividad,
sino en la repartición de un bien finito: el petróleo Venezolano. En cuanto el
Gobierno llegue al punto de no poder aguantar fiscalmente la regaladera actual,
se jodieron los pobres, pues no habrán fuentes de trabajo. En Nicaragua la
situación es parecida pero en menor escala. El populismo fiscal de Daniel
Ortega está ligado a la plata que le regala Chávez, pero no hay muchos indicios
que los pobres están mejorando su productividad y participando de las ganancias
empresariales. La desigualdad económica en Nicaragua—si uno se guía por los
coeficientes de Gini en educación e ingreso—sigue campante.
Las ideas compiladas por
Acemoglu deben ser muy tomadas en cuenta por los nuevos políticos de nuestros
países. El mensaje que se deriva de Acemoglu es poderoso y hay que comenzar a
comunicarlo. Eso es difícil, pero hay que empezar ahora, pues pa luego es
tarde.
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