Saturday, May 8, 2010

Caperucita en Managua



Había una vez una niña de 13 años que se vestía siempre con una caperuza roja que su mama le había comprado en el mall de Metrocentro un día en que había una huelga de buseros y la tienda Eclipse había bajado los precios porque en el calor de Managua nadie usa caperuza para salir a la calle.

Una tarde en que la niña no había ido a clase porque las turbas del Frente habían paralizado el tráfico para protestar por la injerencia de la Iglesia en el nombramiento del Obispo de Managua por la Primera Dama, su mamá le pidió que fuera a casa de su abuelita a dejarle unos yoltamales y unas rosquillas que le había comprado en el Oriental, para así aprovechar el rato y salir “a dar una vuelta” con un amigo, un eufemismo que en realidad significaba ir a echar un polvito al motel nuevo que inauguraron en El Crucero, enfrente de la entrada al camino que va a la casa de Arnoldo,

“Mirá, amor, andate con cuidado que hay muchos sarrapastrosos en la calle. Si alguien te dice algo, actuá como que no es con vos, o les hablás sin miedo” le dijo la madre. La niña se puso unos chores rojos bien apretados, una camisita blanca de tela delgadita que le quedaba como pintada, y la caperuza roja, que lo único que hacía era darle calor, pero que llamaba mucho la atención, que era a lo que a ella le gustaba.

No habían pasado dos cuadras cuando El Lobo Feroz, un huele-pega de 22 años que era el chivo de tres putitas que patrullaban cerca el Inter, le echó el ojo, se le acercó y le dijo:

“Ay, mamasota, a donde vas mi amor?”

Caperucita lo quedó viendo medio segundo para ver cual instrucción seguía: si hacerse la sorda o si hablarle con aplomo. El Lobo era guapo, aún con la cicatriz en el labio superior, producto de un pleito con el papá de una jaña que tuvo cuando era acarreador de bultos en el Huembes. Caperucita decidió contestarle con desfachatez, esperando jocharlo un poco para sentirse más mujercita.

“Y a vos que te importa, ni que fuera tu hermana, jodidó.”

“Ay, culoncita y respondona, como a mí me gustan. Si no te voy a comer…vení, decime a donde vas.”

“A casa de mi abuelita, allí enfrente del Chancho Loco.”

“Ah, vos sos nieta de Doña Argemira, pues si ella es como mi mama.”

La niña no le hizo caso y siguió caminando. El Lobo Feroz la dejo ir, agarró su moto y se adelantó. Llegó a la casa de Doña Argemira y le ofreció 250 pesos para que fuera a comprarle un regalo a una de sus “novias”. Doña Argemira se puso contenta con la comisión y se fue volando, sin saber que su nieta venía en camino a verla. Cuando Caperucita entró a la casa se encontró a la abuelita arropada con una colcha, luciendo un poco rara.

“Abuelita, y esa colcha?”

“Estoy un poco resfriada. Vení, amor, metete a la cama conmigo”

“Abuelitá, y de donde sacaste esas orejas tan grandes?”

“Ay, mijita, ahora trabajo para la Chayo y estas orejas son para oir todos los chismes del vecindario.”

“Y esos ojos tan grandes?”

“Bueno, eso es otro cuento. Anoche me metí unas anfetaminas para poder vender lotería hasta tarde y los ojos se me pusieron bien grande.”

“Y esa lengua tan grande?”

“Ah, de eso te tengo que hablar” le dijo el Lobo y acto seguido se metió debajo de la colcha, le bajó los chores a Caperucita y le paso la lengua larga y áspera por la entrepierna, debajo de las rodillas, y por todo el territorio al sur del ombligo y al norte de los meniscos, terminando por centrarse en mi compadre, hasta que Caperucita quedó bizca del placer.

Caperucita se sintió tan relajada y con la mente tan en blanco después de la demostración de las artes lingüísticas del Lobo Feroz, que quedó con él de verse de nuevo a la mañana siguiente para finiquitar el negocio. En eso entró la abuelita, vio al Lobo pasándole la mano a Caperucita y ahí mismo fue al ropero, sacó una .38 que había sido de su difunto marido y empezó a volarle bala, gritando “Jueputa Lobo sinvergüenza, piricuaco, moclín,….y vos carajita de mierda, ve buscando la coyunda que ahora vas a saber lo que es cajeta!”

El Lobo Feroz salió disparado de la casa de Doña Argemira con un balazo en la pata izquierda y más asustado que cucaracha en gallinero. A Caperucita la abuelita la apaleó y la devolvió a su casa sin caperuza y con las piernas amoratadas. Caperucita le quitó el habla a su abuelita y en cuanto se graduó de bachillerato se fue a Miami a donde una tía y ahora es teibolera en el Crazy Horse, en Hialeah.

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